Los metafísicos-críticos desde el «movimiento de los parados»





Éste es un caso admitido: no ha habido “movimientos de los parados”. La fortuna que esta locución conoció de una manera inmediata en el seno de cierto izquierdismo espectacular, donde es ya una figura de referencia histórica, lo demuestra de manera suficiente, en vista de que no existe nada que el Espectáculo nombre y que tenga la mínima oportunidad de incitar a su contestación. Por lo demás, es preciso hallarse en la fase terminal de un trotskismo nefrítico, o ambicionar alguna posición dentro de la gestión concertada de la miseria humana, para no reconocer que el concepto mismo de “movimiento”, y a fortiori de “movimiento social”, no dispone de otro contenido que la operación que permite: una puesta en equivalencia general de todas las intenciones sobre la base de un mero ajetreo, y esto conforme a la ocultación de los fines que dirige el nihilismo mercantil. El que un hormigueo humano cualquiera con pretensión crítica reciba el nombre de “movimiento” ha de ser considerado para el futuro como una prueba irrefutable de su inocuidad, es decir, en la presente configuración de las hostilidades, como una manifestación de íntima connivencia con la dominación. Sin duda no faltarán ajetreados que objetarán que no es un movimiento lo que está aquí en cuestión, sino el “movimientos de los parados”, objeto estrictamente determinado, y, por así decir, empírico. Pero la desgracia, en este caso, es que el concepto de “parado” está completamente desprovisto de sentido al igual que el concepto mismo de “movimiento”, y que su entrelazamiento está, salvo por algún milagro, muy poco dotado en lo que se refiere a virtudes genésicas. Quien consienta a su más mínimo examen verá que, en efecto, el concepto de “parado” no enuncia un atributo particular, sino por el contrario una ausencia de atributo, el hecho de no trabajar, lo cual no especifica nada, al menos nada positivo, o existente. Un individuo sólo puede ser determinado como “no trabajando” en el seno de una sociedad en la que trabajar, es decir, entrar en cierto tipo de relaciones de dominación, es la norma. El concepto de “parado” no remite entonces, en última instancia, a ninguna realidad tangible y aislable; expresa únicamente la obligación de trabajar, y el hecho de que esta obligación se ejerce, en la sociedad mercantil, a nivel individual. La inocente maniobra con la que una falta de cualidad se transforma en cualidad particular y la no-pertenencia a una categoría en una categoría distinta, no tiene nada de neutro; dicha maniobra es lo que funda todo el exorbitante poder de constreñimiento del mundo de la mercancía autoritaria.
Incluso en el contexto de una desintegración acelerada del asalariado clásico, la noción de “parado” sigue siendo indudablemente una máquina de guerra de primera línea en el arsenal de la dominación; no obstante, en este contexto, su uso queda invertido. De ser un arma ofensiva, se encuentra puesta en marcha como dispositivo defensivo, y sirve ahora para prevenir la irrupción en la Publicidad mercantil del alarmante engrosamiento de su negación: el Bloom. Por ahora, la crisis del trabajo —que, en cierto punto, había conseguido sustituir en cuanto ethos a todo tipo de ethos singular— tiene que ser comprendida como crisis de la dominación, dominación que sólo controla imperfectamente, con sus medios actuales, aquello que subsiste fuera del trabajo, es decir, fuera de su imperio sobre la apariencia. El “parado”, el “precario”, el sin-esto, el sin-aquello, son sólo algunas de las máscaras que el Espectáculo impone al Bloom cuando éste trata de forzar con su rostro descubierto las puertas de la Publicidad. Aquí el “excluido” es incluido así, precisamente en cuanto excluido. Pero la precipitación y la torpeza crecientes con las que se impide al hombre desnudo, al hombre en cuanto hombre, el acceso al ser-reconocido, indican con certeza el emplazamiento de una grieta en el seno de la apariencia. Ciertamente, la receta ordinaria que consiste —para preservar el régimen de la separación— en sociologizar lo metafísico, en hacer aparecer como una fracción determinada de la población eso que en realidad es la verdad de todos, proporciona todavía servicios apreciables, pero ser crédulo de esto exige una facultad de ilusión, la misma de la que nuestros contemporáneos parecen cada vez menos capaces. Así, con excepción de un inexorable puñado de cabrones, el sentimiento de habitar la propia vida como los gorriones habitan la estación Montpartnasse, es decir, como intrusos, como marginados, como exiliados, tiende a esparcirse entre los hombres. He aquí, por tanto, lo que a las fuerzas de la ocultación les interesaba primeramente disimular detrás del inofensivo y ruidoso “movimiento de los parados”.
Si el “movimiento de los parados” tuviera que ser relacionado, contra cualquier evidencia, con una realidad cualquiera, ésta no se asemejaría en nada a aquello que se querría entender así: una aventura de contestación. Porque, antes de asumir su autonomía como una criatura espectacular, el movimiento tuvo que nacer de una y como peripecia en el seno de la dominación, esto es, en términos menos sibilinos, de un conflicto de intereses, y como conflicto de intereses entre corrupciones sindicales, apoyándose en la gestión y el acaparamiento de las gigantescas masas de dinero que circulan alrededor de los subsidios y su redistribución. En cuanto a su duración inesperada, ésta debe ser atribuida a otro tipo de competencia, esta vez entre el sindicalismo clásico en descomposición —y basta con echar ligeramente una mirada a los métodos de la CGT-parados o de SUD para recordar que, en efecto, “en la historia, al igual que en la naturaleza, la descomposición es el laboratorio de la vida” (Marx)— y las jóvenes burocracias crecientes de asociaciones tales como AC!, Droits devant!, DAL, etc., que se ofrecen con una muy supuesta espontaneidad para cauterizar una por una, como especialistas registrados, todas las nuevas plagas del desastre social, si bien reclaman a cambio algunas migajas y un poco de reconocimiento. En todo este estruendo, en todo este alegre burdel, no hubo ninguna sombra de contradicción, y sobre todo en esa actuación podrida que ha “opuesto” el gobierno al patronato con respecto de las 35 horas, plagio evidente de los destellos más burlescos del Comité des Forges, en los años 20. Si, por tanto, el “movimiento de los parados” fue algo, entonces fue esto, y nada más. Para quien conoce el fanatismo que nuestros contemporáneos saben poner en su sumisión, no cabe duda de que la dominación puede costearse uno de estos movimientos cada invierno, y quizá incluso varios a la vez.
No obstante, sí ha sucedido, al margen de esa orquestación tan artísticamente domada, desbordándola incluso en diversos puntos, algo. Algo que no comenzó con el “movimiento de los parados” y que no finalizó con él. Algo que excluye cualquier denominación, y en lo cual todos los metafísicos-críticos participaron, de una u otra forma. Durante varias semanas se reunió así, en los anfiteatros de Jussieu, una asamblea que sólo podría ser definida por su rechazo suspensivo —pero de manera más probable por una imposibilidad— a definirse. No hay espacio para decir más. Al lector le bastará con saber que ni las pacientes discusiones, ni las acciones dirigidas en común, ni siquiera la hostilidad compartida hacia esta sociedad, han bastado para vencer la separación (como primera consecuencia de esto está la impotencia para delimitarse, pero sobre todo, y esto es más grave, para designarse un enemigo. De esto se sigue que las circunstancias exteriores y el aislamiento de la asamblea, no eran ajenas a este hecho, como tampoco lo fue nuestro fracaso para hacernos entender). Desde entonces, el problema de la constitución de un sujeto colectivo ha permanecido como la única cuestión con la que tenemos algún mérito de ser comparados. Superar al Bloom, tal es la tarea. Toda la Metafísica Crítica tiende hacia este objetivo exclusivo, y es con esta única luz que está, con toda honestidad, permitido leernos. Nuestra perspectiva es puramente práctica. No hay nada en el mundo, menos aún el espectáculo de la parálisis en la que treinta años de pensamiento famélico han terminado por liderar la actividad crítica, que pueda dar cuenta de nuestras investigaciones teóricas, y de su necesidad. La cuestión de la comunidad, que se plantea en lo sucesivo como el meollo de la libre creación de un común autónomo, es la única que elabora en la contestación social la salida del nihilismo. En la medida en que ésta persista en hablar el lenguaje de la dominación, no se colocará de manera explícita en el terreno metafísico, no conseguirá mucho más que la curiosidad que se puede experimentar legítimamente ante esta forma insólita de fascinación por las causas perdidas. Es preciso partir de la caducidad histórica de la totalidad de las categorías mercantiles, al igual que del mundo que éstas edifican. “No es indiferente si se olvidan los conceptos metafísicos o si se les sigue usando de manera obstinada sin examinar” (Heidegger) (un texto titulado Fragmentos de un discurso teórico, por aparecer en el número 2 de Tiqqun, estará consagrado a tal esclarecimiento de la función estratégica de las categorías metafísicas en vigor al interior de la gestión y la organización de la miseria social). Y así del concepto de “trabajo”, por ejemplo, que no es más que una forma vacía susceptible de contener indiferentemente, en su abstracción definitiva, cualquier tipo de manifestación, resultando entonces apropiada para ninguna — prueba de esto es que los negristas son capaces de hacer entrar en esta forma el amamantamiento de un recién nacido a cargo de su madre (entonces hablan poéticamente de “producir un niño”, sin siquiera haber tenido la necesidad de leer a Swift), y que uno utilice todas sus fuerzas para sustituirlo con el de “empleo”, o incluso con el de “empleabilidad”. El elemento de autoproducción que había sido capaz de encubrir la participación en el funcionamiento social, se ha evaporado por completo, el trabajo aparece finalmente como lo que es: un modo de develamiento contingente, limitado y confusional de la actividad humana, una cualificación falaz de la pura servidumbre. Si la constatación de que “ya no hay trabajo” tiene algún sentido, esto no es porque día a día sea más difícil hacerse explotar, sino porque ya sólo hay en lo sucesivo, por un lado, negatividad sin empleo, y por el otro, empleos sin negatividad. Desde este punto de vista, la contestación que se juzga a sí misma suficientemente radical como para poder limitarse a la crítica del trabajo, sin tener en cuenta que la propia dominación la tiene ampliamente mermada, llega tarde a una mutación del capitalismo. Es preciso tomar como punto de partida, y es sobre este plano que nos daremos alguna oportunidad de enfrentar al adversario, que el trabajo no existe, fuera del sistema de representaciones de la dominación, es decir, que queda por ser inventado mediante la guerra otro modo de develamiento de la realidad, la verdadera comunidad. El asunto no consiste en exterminar a los dominadores, o en casarse con la causa de los dominados desde lo alto de una cátedra de sociología en el Collège de France, sino en destruir un mundo donde algunos Bloom existen en cuanto dominadores y otros, el mayor número, en cuanto dominados. Por lo demás, es preciso dejar a los esclavos —sean de obediencia trotskista, negrista o bourdieusiana— disputarse el espantapájaros de su servidumbre.
El fracaso de aquello en lo que tomamos parte designa, negativamente, una tarea por cumplir. Sólo quienes lo toman como tal son capaces de heredar esta deuda infinita. Para la atención de los hombres que no se consideran libres del deber de llevar consigo en el porvenir la “tradición de los oprimidos”, reproducimos aquí dos textos que fueron repartidos en el curso de esa breve campaña de agitación. El primero exponía desde la segunda semana de nuestro compromiso práctico un análisis que nada, a partir de entonces, ha sido capaz de contradecir. Tenemos la debilidad de creer que, a pesar de formulaciones en algunos momentos ingenuas y desde entonces superadas por nosotros mismos, este primer texto traza una posición que en todos los puntos ha seguido siendo la nuestra. El segundo fue distribuido a los empleados del Institut National de la Statistique et des Études Économiques, el viernes 13 de marzo, por los cuarenta camaradas que fueron invitados a una comida en él. Su interés radica en el hecho de que constituye el rastro de un ataque directo tramado contra aquellos que manufacturan la forma de aparición de la totalidad social alienada. Contamos como un indicio poco susceptible de procedimiento el haber sido tachados, a causa de su contenido, de “Pol Pot lepenistas” por un gran sátrapa del lugar. No está de más decir que las facultades que nosotros hemos dedicado en esta guerra no han hecho más que incrementarse con su gasto. La historia de nuestras fechorías apenas comienza. Y nos complacería ser capaces de jurar lo siguiente, con Léon Bloy:
“A partir de ahora, sobre sus pasos no habrá más plegarias masculladas en las esquinas hechas por trémulos hambrientos. No habrá más reivindicaciones ni recriminaciones amargosas. Todo esto se ha acabado. Nosotros nos volveremos silenciosos… Ustedes conservarán el dinero, el pan, el vino, los árboles y las flores. Conservarán todas las alegrías de la vida y la inalterable serenidad de sus conciencias. Nosotros ya no reclamaremos nada, ya no desearemos nada de todas esas cosas que hemos deseado y reclamado en vano, durante tantos siglos. Nuestra completa desesperanza promulga, desde ahora, contra nosotros mismos, la definitiva prescripción que ustedes les adjudican.
¡Pero tengan cuidado!… Nosotros conservamos el fuego, y les suplicamos que no estén demasiado sorprendidos por la llegada de un fricasé. Sus palacios y sus hoteles arderán muy bien, cuando esto nos plazca, porque hemos escuchado atentamente las lecciones de sus profesores de química y hemos inventado pequeños artilugios que les maravillarán.” (El desesperado)



CONSIDERACIONES MARGINALES SOBRE EL MOVIMIENTO ACTUAL


Estas pocas observaciones han sido primitivamente anotadas con la prisa encima, como unas reflexiones personales en una mala libreta. Luego de que un camarada juzgara que podían ser de alguna utilidad al movimiento, las trascribo con una prisa idéntica, que debe permitir disculpas por sus imperfecciones. Estas reflexiones deben ser consideradas como sugerencias desordenadas, leídas sobre los hombros de un desconocido.

1. Es raro que un movimiento sea popular a proporción de su radicalidad, esto es algo cierto de nuestra parte. La simpatía que un movimiento recibe provisionalmente, proviene del hecho de que, en una sociedad sin comunidad, la identidad de cada persona está exclusivamente determinada por su función en el proceso de producción, por su trabajo. De esto se sigue que, fuera de este trabajo que conforma toda la existencia del hombre de estos tiempos, este último no es nada más que un ser sin identidad, sin clase, un anónimo, una singularidad cualquiera, un parado. En cuanto tal, el parado es por tanto la verdad de cada trabajador fuera del trabajo, y figura su existencia en cuanto individuo libre. Pero también es preciso ver el escándalo de una libertad vacía, de una libertad sin contenido: la libertad del parado es una libertad de no hacer nada, porque todos los medios de producción le son negados en cuanto individuo. Es pues alrededor del parado que se anuda la principal contradicción de la organización social actual: su mantenimiento exige, en un mismo movimiento, la exclusión de cada persona del dominio de su propia actividad, de la participación en su propia vida, y la movilización total de su energía bajo forma de trabajo. Para ella se trata de realizar ese milagro que consiste en que cada uno se encuentre simultáneamente hasta el colmo del entusiasmo y hasta el colmo de la pasividad. El parado es peligroso en la medida en que busca dar un contenido a su libertad, y esto ha sido bien comprendido por el poder. Y si éste tiembla hoy, es porque sabe que las cadenas del parado no son únicamente universales, sino sobre todo radicales: el parado no protesta contra una injusticia particular, sino contra la injusticia pura y simple de ser expulsado al margen de la vida; su emancipación particular es la emancipación de todos.

2. No cabe duda de que el lenguaje dominante supone el orden dominante. Así, uno no puede oponérsele adecuadamente conservando la oposición capciosa entre trabajo asalariado y paro. Pensándolo bien, rápidamente se hace evidente que la función de tal oposición consiste en ocultar la naturaleza esencialmente pasiva del trabajo asalariado y la naturaleza verdaderamente activa del parado o del RMIsta que se ocupa de su propia libertad. Así pues, la verdadera alternativa no opone el trabajo asalariado al paro, sino la actividad libre a la actividad alienada, que no es más que una pasividad agitada. Aunque no está mal que el movimiento persista en avanzar escondido bajo el nombre de “movimiento de los parados y precarios”, que es la única forma en que el orden actual puede comprenderlo y luego falsificarlo, no debe ocultarse a sí mismo su propia radicalidad: a lo que él apunta es a la supresión del trabajo en cuanto actividad alienada.

3. Tenemos la suerte de beneficiarnos con circunstancias históricas excepcionales. Es probable que nunca una sociedad se haya odiado de manera semejante. Se puede comprender positivamente la desmesura de la actual crisis social como un gigantesco acto individual y colectivo de sabotaje. Ya no existe una sola ama de casa que no tenga en mente la necesidad de un trastornamiento completo de la organización social. Nos corresponde hacer estallar la contradicción más evidente de esta sociedad: la de confesarse como algo detestable, absurdo e irreparable, todo esto mientras pretende la eternidad. La situación social actual es la de “un estado violento que no puede continuar durando; porque nuestros conciudadanos están demasiado desunidos como para conservar por mucho más tiempo la forma antigua de la República”. En bastantes espíritus circula ya ese sentimiento de que ya no queda tiempo para lamentar nuestras miserias en secreto, de que es preciso arriesgar todas las cosas para liberarnos de ellas, de que, considerando que el mal es violento, los remedios deben serlo también. Somos numerosos para maldecir en silencio un orden social del que sólo se puede ser su esclavo, o su enemigo. Resulta ya evidente que nuestro movimiento es un agente de cristalización inaudito, que da comienzo a un proceso caótico cuyo resultado dependerá de diferencias ínfimas en las condiciones iniciales: ésta será una sociedad completamente liberada, o un régimen aún más totalitario.

4. El odio que esta sociedad se confiesa a sí misma nos conduce a realizarlo, y a elevarlo a la consciencia de su objeto: las relaciones mercantiles, las cuales han devastado todo lo que había de humanidad en nuestra sociedad. La función de nuestro movimiento podría estar en constituir una meseta, una plataforma de articulación de todas las luchas parcelarias en las que conseguimos reconocer el contenido universal de la lucha contra la mercancía. Tan irrisorias como puedan parecer, la resistencia a la degradación continua de las condiciones más elementales de la existencia que queda encarnada por la lucha contra el maíz transgénico, o la búsqueda de una alternativa a las relaciones mercantiles que se esboza torpemente en los Sistemas de Intercambios Locales (S.I.L.), tienen que ver con nuestro movimiento.

5. La contradicción esencial de nuestro movimiento opone el partido de las reivindicaciones parciales, representado por las asociaciones de parados, al partido del trastornamiento, que se expresa tan libremente en las Asambleas Generales de Jussieu. En cuanto organizaciones reformistas y burocráticas, las asociaciones de parados tienen intereses corporativistas, categoriales, separados, y no pueden desear realmente el fin efectivo del paro, el cual significaría su propio fin. No tienen otro objetivo que dirigir eternamente una lucha sin victoria hacia el contenido absurdo. Tienen todo salvo el interés por el ensanchamiento del movimiento, que escaparía entonces de su control. Su colusión con el orden espectacular y su triste soliloquio pleno de razón está bastante probado por la naturaleza de sus acciones así llamadas “espectaculares” o “simbólicas”. Debido a que permanecen en el registro de la representación, pasan a conformar los aliados necesarios del Espectáculo, cuyo lenguaje pleno de cifras y de bajeza es hablado por ellas. Así, cuando les surgen las ganas de saquear un supermercado, no lo hacen más que virtualmente. Se aseguran de que la masa de aquellos que organizan permanezca en la caja, en lugar de sólo ir a consumir allí mismo, en el almacén, compartiendo con los demás clientes. Y después negocian con la dirección el derecho de sacar los carritos de compras que han hecho llenar por sus esbirros, sin tener que pagar. Haciendo esto, dichas acciones sólo trabajan para confirmar la soberanía del poder y de la propiedad dándole la oportunidad de hacer una excepción a una nueva clase de privilegiados: esas organizaciones exigen el derecho de quebrantar el derecho. Resulta, por otro lado, completamente natural que hablen el lenguaje de la separación, ciegas como son ante el aspecto político de lo económico — no pueden concebir la evidencia de que el trabajo se presenta ahora como un simple procedimiento de mantenimiento del orden mediante la ocupación del mayor número de personas; no más, por otro lado, que su incapacidad para ver que es la fuerza de la policía lo que, en última instancia, funda la propiedad privada. Haciendo esto, se expresan unas veces en el argot de la política especializada, u otras en aquel de la economía, pero nunca en “ese lenguaje de la vida real” que es lo Común de la vida reapropiada, de la existencia autónoma. Hace falta notar, para acabar, que esas acciones no son invulnerables; lejos están de ello, pues en su funcionamiento interno, al igual que en el de esta sociedad, la dirección se ha autonomizado desde la “base”, la cual es la mayoría de las veces más radical que su propia burocracia espectacular. Nosotros podemos apoyarnos sobre esta debilidad, aquí como en cualquier lado.

6. Un movimiento de contestación global de la sociedad tiene cuando menos una dimensión insusceptible de recuperación: los modos de vida nuevos y verdaderos que él experimenta prácticamente. Su potencia explosiva depende de la medida en que consigue, a través de sus propias realizaciones parciales, hacer sentir la distancia planetaria que separa actualmente lo posible de lo real. Y es llevando a cabo el propio movimiento del trastornamiento apasionante como se hacen deseables sus objetivos. En este punto de devastación y desertificación sociales al que nos ha llevado la sociedad mercantil, no es únicamente el amor lo que está por ser reinventado, sino el conjunto de las relaciones humanas. Nuestro éxito dependerá en gran medida de la facultad que tengamos para dar un ejemplo vivo de una socialidad libre y auténtica. La “vida verdadera” no es una consigna vana ni una quimera de poeta; lo es tan poco que con haberla conocido una sola vez en una de nuestras jornadas de motines basta para hacer de la muerte algo preferible a la cotidianidad alienada. La experiencia de tan brutal transfiguración de la consciencia es una de esas raras cosas que son capaces de acarrear una deserción masiva de la sociedad asalariada. No es con una repugnante conmiseración que lograremos que las demás capas de la población se sumen a nuestra causa, sino haciéndole descubrir su propia miseria. La desaparición de los amos no ha abolido la esclavitud; la ha generalizado. Ya no se trata de luchar contra la dirección ficticia de esta sociedad, sino de autoorganizar nuestras propias vidas a pesar de la supervivencia de un poder que ya no tiene otra existencia que la policial. El Espectáculo coloniza el futuro, nosotros debemos ocupar el presente.

7. Parece que uno de los problemas más urgentes que nuestro movimiento tiene que enfrentar es el de salir del gueto de la reivindicación corporativista que se refiere al paro, el de encontrar ese punto de exponencial agitación que nos sumará el resto de las categorías de la población, el de obtener una suspensión en el tempo tiránico de la producción. Tal efecto fue en parte producido en el 68 —la diferencia entre la coyuntura actual y el 68 radica en que, a causa de que todo lo absurdo de esta sociedad está hoy concretamente demostrado, puede también ser por consiguiente concretamente resuelto; los años 60 tenían los medios para ofrecerse una revolución sin consecuencias, nosotros no— mediante el llamamiento en forma de panfletos a la constitución de comités de acción, panfletos que describían qué es un comité de acción, cómo puede funcionar, etc… La continuación del movimiento vio florecer esos comités en una proliferación jubilosa que sólo la huelga general de la pasividad fue capaz de preservar. Pero las organizaciones izquierdistas burocráticas, tan poderosas en esta época, consiguieron infiltrarlos, como era de esperar. La inexistencia actual de tales partidos deja conjeturar que ellos no sufrirían, actualmente, la misma suerte. Y es entonces como hemos podido constatar el efecto trastornante de esos pequeños grupos conformados por algunas decenas de personas que ejecutaban sus decisiones en el mismo segundo en que las aprobaban. Por otro lado, no fue únicamente la acción que liberaron, sino también la palabra, puesto que es únicamente en la medida en que los hombres tienen algo que hacer juntos que tienen algo que decirse. El llamamiento a la autoorganización que concluye nuestro comunicado en la sede del Partido Socialista, sólo tiene sentido si damos a esta formulación abstracta un contenido efectivo, vivido. Esto queda por hacer.

8. La estrategia adoptada por el Espectáculo para abatirnos es bastante clara, no tiene ninguna originalidad. En la última semana, los órganos de información del régimen se han puesto a declamar alto y fuerte, en una primera fase, la oración fúnebre de nuestro movimiento. Ante el fracaso relativo de esta maniobra, se han decidido a criminalizar a todos aquellos que no consiguieron desalentar. Finalmente, las asociaciones de parados, en su triste lucha por el reconocimiento, tendrán que proseguir una prudente y pequeña guerra de hostigamiento atendiendo la manifestación del martes, donde la C.G.T. y los diversos aliados del orden actual ven la ocasión soñada para hacer un bonito cortejo fúnebre a la contestación social. Si este movimiento tiene que sucumbir pronto, de acuerdo con sus planes, esto ocurrirá por haberse estremecido ante su propia radicalidad, por haber ignorado el contenido universal de su objeto: la abolición de las relaciones mercantiles, lo que habría tenido que permitirle unificar en su seno todas las luchas aisladas y fragmentarias que tienden hacia este fin. Es probable que esto también ocurra por no haber sabido organizar a partir de sus propios medios su difusión y su comunicación. Pero a este respecto, la última palabra aún no ha sido dicha. A pesar de que esta empresa tendría que saldarse por medio de un desastre, conseguirá romper provisionalmente la separación de los hombres de buena voluntad. Y la dominación tiene buenas razones para inquietarse, porque no hay nada más peligroso para ella que la agrupación de algunos seres determinados a destruirla, porque en tiempo normal no tiene mejor motivo para felicitarse que su eficacia para impedir los encuentros que podrían serle peligrosos. Sobre este punto al menos, nosotros la habremos mantenido en jaque.

“Sólo es igual a otro quien lo demuestra, y sólo es digno de la libertad quien sabe conquistarla.” (Baudelaire, ¡Matemos a los pobres!)
París, lunes 26 de enero de 1998.



LOS PARADOS LES HABLAN


Si fuera necesario sorprenderse de algo, más que de nuestra propia presencia el día de hoy en el I.N.S.E.E., sería de que no hemos pensado antes en visitarlos. Los motivos, en efecto, no faltan. El loable y notorio esfuerzo para falsificar las cifras del paro —algo en lo que el I.N.S.E.E. se sacrifica con una constancia muy bella— nos exigía ya venir a confesar en su lugar a todos aquellos para los que la mentira enmendada de las variaciones estacionales es una profesión. No podemos dejar impune la insolencia de dichos especialistas, los cuales hablan de nosotros sin conocernos y que sufren, en realidad y desde el fondo de su despacho, tanto miedo de encontrarse con nosotros. Vean, pues, ¡nosotros hemos dado los primeros pasos!
Pero la evidencia de este primer motivo bien podría hacerlo pasar como algo superficial. El segundo, más profundo, tiene que ver con el principio mismo de las estadísticas y del sondeo. Ambos son en nuestros días uno de los más poderos instrumentos de dominación y de control social. Si el amo de una sociedad es quien detenta la representación que ella se hace de sí misma, entonces el I.N.S.E.E. está en las manos del poder más celoso, siendo el más eficaz de sus sirvientes. Es él, en efecto, quien crea de cabo a rabo, y de acuerdo con intereses que se intuyen sin esfuerzo, la falsa consciencia que esta sociedad se da de sí misma, y a la cual desplegará inmediatamente en páginas enteras de la estupidez periodística. Es él quien llena unos conceptos vacíos con números, forzando así el asentimiento a la ignominia de la sociedad mercantil, cuyo lenguaje jamás ha dejado de hablar. Pero es principalmente el símbolo activo de la mortífera cuantificación de la vida lo que está por todas partes en obra. El lenguaje cifrado de la dominación moderna contiene todo la desvergonzada arbitrariedad de aquellos que, actuando en secreto, se creen capaces de no rendir cuentas a nadie. El sondeo ocupa oportunamente el lugar del debate real; el horror ilimitado de la exclusión parecerá siempre algo moderado en las columnas de las cifras; se podrá siempre hacer callar la verdad por medio de encuestas, para esto sólo basta con saber plantear las malas preguntas.
Pero nosotros venimos el día de hoy en persona para encontrar a los hombres del I.N.S.E.E. en persona. Si no hay nada que esperar de esta institución, la cual debe ser destruida, esto no es cierto de aquellos que la componen: ellos son susceptibles de consciencia. Son capaces de reconocer la función social que se les hace cumplir, que hace de ellos los tristes sirvientes de la opresión. Incluso son capaces de reconocer su miseria de estadistas: su despacho desolado hasta el fondo con un color de hospital donde pierden su vida entera con la compañía muda de ruidos blancos, espacios vectoriales, promedios móviles y desviaciones típicas, en un trabajo sin alegría y sin utilidad. Y después de haber visto esto, conocerán su verdad de parásitos, de hombres mermados, de verdugos víctimas de sí mismos. Entonces, tal vez, compartirán con nosotros el asco que nos inspiran, ellos al igual que el mundo que construyen sin descanso. Quizá incluso se nos unirán. Y serán bienvenidos, con armas y equipajes.


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